viernes, 21 de enero de 2011

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ASILES Y CALCUTAS
Asiles y Calcutas Reproducción parcial de la impecable descripción del criador e investigador Argentino Dr. Alberto del Campo Wilson. ASILES Existen en la India tipos, tamaños y orígenes muy diferentes de gallos de pelea. Los riñen a patas forradas o con sus púas naturales y el pueblo denomina con el nombre de “siles” a los ejemplares selectos, de valor indomable, que emplea para su esparcimiento. Existen muchas variedades de asiles, nos concretaremos a los asiles pequeños de 4 a 5 libras, denominados “Gallos del Rajah” ó “Rajah Murgha”, por ser éstos las máquinas de peléa más perfectas que se conocen. El “Rajah Murgha” en sus familias más destacadas es colorado oscuro, pecho negro; naranjo, pecho negro; negro tapado y overo. Es de pequeña estatura, muy cerca de la tierra, abierto de patas y el verdadero prototipo del combatiente que desprecia el castigo porque sabe que su naturaleza férrea, que su corazón, que duplica en volúmen a las demás razas de pelea, le provee de energías inagotables y le repone casi al instante de golpes y magulladuras. Es activo, de carácter alegre, familiar con el hombre, soporta el encierro, agradece el revolcadero amplio y tiene la obsesión de la pelea. No admite al adversario ni a la distancia y se desvive por superar los obstáculos que los separan. En la lucha es de una bravura, de una fogosidad y un encarnizamiento que deslumbran. Pelea constantemente en “Infighting” y es sumamente rápido para castigar o herir. Sus tretas y características de pelea sobrepasan en inteligencia y atracción a cualquier otra raza, su pulmón y el poder de sus patas son portentosos y justifican el rango que le han acordado los príncipes de la India. Como es un animal de una resistencia y un valor indomable, se la ha usado para reforzar en las cruzas la escasa calidad de las aves comunes de reñidero o sea los gallos cruzados, criollos comunes, capaces de herir pronto con armas agudas pero faltos de la nobleza que tanto apasiona a los verdaderos aficionados. La pelea del asil es veloz, aún cuando se prolongue por varios días, es totalmente inadecuada para los reñideros de arrabal, pues no debe pelearse con puones de acero y por lo tanto da pocas oportunidades para las jugadas de dinero o los golpes de usura. Es una lucha en la que el verdadero criador saborea la calidad de su estirpe y la capacidad técnica de los acoplamientos, es lucha que deleita los ojos y el cerebro y en la que el derramamiento de sangre, las terribles hemorragias, que ensangrientan hasta a los espectadores, y las estocadas y puñaladas de suerte que tumban al más noble contendor, se encuentran totalmente proscriptas, para dar paso a las virtudes más caras al macho; insensibilidad al castigo, inteligencia en la acción, denuedo, coraje y el deseo de vencer que sólo cesa con el último latido de su corazón. El verdadero Asil tiene dos pruebas que no fallan para el experto; su toque y su pelea. En la mano es un deleite apreciar su extraordinaria constitución osea y muscular, parece imposible haberse llegado a crear algo tan compacto, tan macizo, tan sólido y tan sobrio y en el redondel tanto fogosidad y poder combativo. Razas y gallos noble existen, lo que falta o está fallando es el cariño al gallo por su propia nobleza y no por el dinero que pueda producir el azar. CALCUTAS. Esta raza de orígen asiático puro, toma del malayo sus principales características. Tiene rasgos físicos, temperamento y modalidades de pelea perfectamente definidos, fijos y propios, lo que autoriza a clasificarlo como una raza independiente del Asil, aún cuando éste haya intervenido en su formación o aquella en la de éste. Es alto y esbelto, poderoso. Sus mejores ejemplares machos pesan, listos para el combate de 6 a 7 libras. Es el gallo de pelea común en la India y el más adecuado para los combates a patas forradas a resolverse en un día. Se lo denominó Calcuta porque los primeros ejemplares llegados a Buenos Aires provenían de aquel puerto de la India y su éxito en las vallas con el puón argentino fue tan rotundo, que quedaron en ellas como únicos dueños y señores, desalojando y haciendo huir a estacazos a las estirpes de orígen español que entonces sentaban sus reales. Es el gallo sobrio para herir, que prefiere la lucha cuerpo a cuerpo, que baja al contrario su guardia a fuerza de cogote, el que va creciendo a medida que la lucha se prolonga y el contrario se achica, el que cuando hiere “las mete hasta la pata”, el que más se embravece a medida que lo castigan y cuando ciego es imbatible, porque responde al “peinado” y en los careos jamas deja de dar pico. Con el puón argentino, el arma más adecuada para probar la clase de un gallo de pelea, revivió en las ciudades el duelo legendario de nuestros gauchos; duelo que tiene más de lucha que de esgrima. Con el puón romo no tiene rivales, sin embargo fue desalojado de los reñideros por la adopción del puón “lanza” uruguayo, más largo, más agudo, totalmente inapropiado como elemento de prueba de las condiciones de pelea de este tipo de razas. El gallo Calcuta es un animal frío y apático por excelencia, es el anacoreta de la jaula estrecha en la que puede transcurrir toda su vida con un recogimiento de monje o una inmovilidad de fakir. Su origen hindú, quizás trasunto de su clima o factores de ambiente, le ha hecho insensible a la fatiga, al dolor y la muerte. Es inaccesible a las emociones, no cacarea y alborota, no se asusta y corretea como el “viejo reñidor inglés”, es inadecuado para la vida en completa libertad. Pasa en el campo las horas y los días junto a las casas o más bien junto a las puertas de las cocinas, esperando del hombre el alimento que se rehúsa a buscar por propia iniciativa; es manso y familiar con su amo y le sigue como un amigo. Su preparación para el combate requiere semanas y hasta meses. Se puede afirmar que el gallo Calcuta es el representante genuino de los días de oro de la afición argentina.

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